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La muerte por mil cortes, también llamada muerte de los mil y un cortes o muerte de los cien pedazos (en chino, Ling Chi o Leng T’ché) fue una forma de suplicio chino utilizado hasta principios del siglo XX para ejecutar penas de muerte.
La práctica consistía en desnudar al reo y atarlo a un poste, infligiéndole una multitud de cortes que podía variar entre varios cientos o incluso tres mil. Estos cortes eran superficiales, de modo que causaran dolor pero no una hemorragia que pudiese provocar la muerte antes de lo deseado. Finalmente se descuartizaba al reo, el cual, si era favorecido por la compasión o el soborno, era a veces previamente drogado con opio y atado a un poste. Los pedazos del cuerpo eran depositados ante el reo, que era mantenido con vida hasta terminar con una decapitación o la extracción de un órgano vital.
Se aplicaba a siervos que hubieran matado a su amo, o en delitos de lesa majestad.
Se conservan testimonios gráficos de varios casos de esta práctica,[1] en concreto, la ejecución de un sujeto llamado Fu-zhu-li, fechada en Pekín el 10 de abril de 1905, publicada en 1912 en forma de tarjetas postales. No deben ser confundidas con la serie fotográfica de la ejecución del llamado pseudo Fu-zhu-li,[2] que se hizo famosa por su publicación en el libro de Georges Bataille titulado Las lágrimas de Eros.[3]
La serie fotográfica, así como el método mismo de ejecución, es mencionada en la película Mártires, en el capítulo 14 de la novela Rayuela (del escritor argentino Julio Cortázar) y en la novela Farabeuf (de Salvador Elizondo). También en algunos otros libros como El lector de Cadáveres de Antonio Garrido, libro dedicado plenamente a la cultura china.[4]
Uno de los casos documentados en los que se aplicó esta tortura fue al misionero español Fray León de San José, que fue capturado por los piratas moros tirones en la isla de Mindoro, en Filipinas, el 23 de octubre de 1739 y enviado a trabajos forzados en la diminuta isla de Lío. Por su empeño en fortalecer a sus compañeros de cautiverio en la fe, y sobre todo por intentar convertir incluso a sus captores, los piratas le torturaron y asesinaron de este modo:
El historiador Angel Castaño, comentando sobre la muerte de Fray León, hace además las siguientes observaciones: